domingo, 31 de enero de 2016

"La venganza de la momia", de Paul Naschy

La momia, su leyenda en novelas y cine, sus maldiciones y las historias de amor y venganza que se dan la mano y nos hacen temer la visita de este silencioso ser salido de las tórridas arenas egipcias, de donde nunca debió salir. Pero, claro, el hombre blanco que todo lo quiere saber mientras pueda mensurarse, saca a la luz a los difuntos y los lleva lejos de su hogar mortuorio, donde ya no reposarán. A mí es un ser del terror que no me atrae demasiado aunque sí lo hacen los estudios sobre las reales. De todas, y como hay que aprender siempre algo más y expandir horizontes, me he puesto el título recomendado por Claustroman, al ser parte de la obra donde Naschy actúa. Y lo hace por cuadruplicado: como guionista y triple actor, al encarnar al faraón, al egiptólogo y la momia. Todo bajo la dirección de Carlos Aured, con el que ya coincidiera en dos películas anteriormente. 


La literatura sobre Egipto y, ya luego sobre momias, empieza a finales del XVIII, tras las campañas napoleónicas y la traducción de la piedra Rosetta (en 1822). Arthur Conan Doyle, en 1892 publica Lote no. 249, relato donde hay una momia que asesina bajo el mandato de un estudiante que posee los conjuros para ello. Conocí su existencia por la dramatización radiofónica que le dedicaron en el programa Historias, de Radio Nacional de España. De 1903 es la novela de Bram Stoker, La joya de las siete estrellas. La leí no hace tantos años y la recuerdo como novela policial, investigando asesinatos con una momia en el despacho de un profesor y un sospechoso gato. El corte era policial y llegabas al final de la novela sin saber qué pasaba pero absorvido por el ambiente sobrenatural y el poder espiritual de la reina momificada. Es al final, solo al final, cuando la momia cobra vida y se mueve, solo para encontrar la muerte. Creo que es una novela poco conocida y de las primeras en tratar el tema, aunque solo le ocupe unas páginas finales el tema de la momia en movimiento (antes solo es su poder).

El monstruo suele sonar más por las películas, algunas bien modernas y ofrecidas al gran público como un divertimento para todos los públicos, con un buen desplegue de efectos especiales. Pero vayamos a los orígenes y sepamos que la que más se cita es La momia, de 1932, dirigida por Karl Freund y protagonizada por Boris Karloff. A partir de ella, con distintos directores y actores, aparecería la historia de Kharis y la princesa Ananka, típica historia de momia rediviva que mata y busca a su amada para darle vida de nuevo. La momia, al final de cada película, parece morir, por efecto del fuego o de aguas pantanosas, pero regresa y regresa. Así, cuatro veces, empezando en 1940 (La mano de la momia), 1942 (La tumba de la momia), 1944 (El fantasma de la momia) y 1959 (La momia). Títulos, algunos, que nos recuerdan a los dedicados a la criatura de Frankenstein, ¿verdad? Como curiosidad, en 1975, un capítulo de Dr. Who se dedicó a la lucha con los osirianos y su ejército de momias.

Un par de años antes, en 1973, tenemos el título español que nos ocupa. La trama sigue un tanto lo que se conocía en el extranjero, sobre todo por las películas antes citadas. Hay una historia de amor en el Antiguo Egipto y se rompe por asesinato. El hombre, momificado en vida, promete venganza y su momia se halla unos siglos después, con un papiro que explica el porqué de su desolada tumba. Un descendiente le devuelve la vida y la momia busca a su amada, detectando como válido el cuerpo de una joven. El camino para conseguirlo quedará sembrado de misterio y varios cadáveres con la cara destrozada por los manotazos de sobrehumana fuerza de la momia. Pero sus planes tienen trazas de fracaso cuando una de sus asistentes humanas reniega de ella y se frustran completamente cuando los amigos de la joven raptada le oponen resistencia y la policía de Scotland Yard le acorrala.


(Nathan, leyendo la traducción del papiro): Amenhotep, monstruo execrable, trajo las mayores desgracias a Egipto. Pactó con los cuarenta y dos espíritus del mal y los empleó para sus fines inconfesables. Bebió sangre de doncellas, comió carne de sus semejantes en diabólicos banquetes en honor de los espíritus renegados. Mató y destruyó sin pausa, a su capricho. Amón Ra es justo y poderoso...


Habrá sangre, sí, pero no tanta como otras obras donde trabaja Naschy. De hecho, aquí nos enfrentamos a algunos cortes en bellos y juveniles cuerpos que sirven o a la contemplación gozosa del sádico faraón o a los planes y conjuros de la momia y, sobre todo, a los aplastamientos manuales de la musculosa momia, capaz de destrozar un cráneo, dejándolo convertido en pulpa, de un solo manotazo. 

Las escenas son pocas y breves pero efectivas, sobre todo cuando se trata de unas bellezas raptadas a las que Amenhotep momificado inspecciona para ver si le sirven, despreciando a todas y matándolas. Al principio de la película, como resumía, las espaldas y cuello de otras doncellas, son el objetivo de la espada que complace a un faraón sádico, capaz de disfrutar de unas viandas ante femeninas víctimas de sus impíos goces.

Aquí no hay violación de una tumba o de unos secretos sacerdotales por amor, como en las películas antedichas, sino una tiranía que enardece a un sumo sacerdote de Amón Ra y decide liberar Egipto de este mal hombre y su amada. Así, a él le envenena y le condena a la momificación en vida, sin poder llegar a unirse a los dioses y su felicidad ultraterrena, y a ella la manda asesinar.

(Amenhotep, maldiciendo mentalmente, al ser momificado en vida, drogado): Maldito Anchaf, siempre supe que me odiabas pero yo soy poderoso y las fuerzas del mal me ayudarán. Algún día me libraré de esta inmovilidad y volcaré todo mi odio de siglos sobre el mundo, recobraré a mi querida Amarna y no uniremos en las sombras...

El tiempo pasa, lo muestra una escena donde cambia la luz y aumentan las telarañas en torno a la tumba, hasta que es descubierta y se decide trasladar a la momia y un extraño papiro a Londres. Allí podrá ser traducido. Escena rematada con los típicos lugareños que menean la cabeza porque saben que de allí no puede salir nada bueno y que si enterraron al faraón y protegieron bien la tumba por algo sería, ¿no?

Pero un egiptólogo, con sangre del momificado en sus venas, aparece en escena y deja claro su apenada posición: cómo tiene que viajar al extranjero para poder conocer su propia historia, en una crítica al traslado de los objetos de Egipto a Inglaterra, un expolio.

Será él, en compañía de una mujer, quien le devuelva la vida al malvado faraón. Se precisan tres doncellas para la primera parte del plan, se necesitan conocimientos mágicos. Y la momia regresa de entre los muertos para clamar venganza y buscar un cuerpo juvenil que momificar para dar carne a su amada Amarna. Este es un detalle que me llamó la atención: que se necesite otra momificación. Es decir, no se busca el regreso a un cuerpo humano o la posesión de otra persona sin más sino que se requiere una nueva momificación. Al final del filme, veremos a Amenhotep iniciar los conjuros, en silencio, que preparen a la dormida Ellen para tal evento. Llega a acercar un gran cuchillo a ella, sin llegar a tocarla.

Según el egiptólogo vaya sabiendo más y sirviendo a su señor y pariente momificado, se alejará de los descubirdores de la tumba y el papiro, poniendo nervioso y alerta al hombre, encarnado por Jack Taylor, que sostiene que lo mejor es entrar en la casa del egiptólogo Assad (Naschy) y llegar al fondo del asunto. Aquí se produce otro detalle breve y curioso: no logra entrar en la mansión porque en el momento de querer forzar una ventana, un rayo destroza y cercano árbol. La tormenta pronto amaina y reaparece cuando, más tarde, en la segunda ocasión, sí entre con su mujer en la casa, viéndose aquí el resplandor de otro rayo pero sin efecto sobre los héroes.

Los asesinatos de mujeres y las andanzas londinenses de la momia llevan a actuar a la policía, que la persigue por calles nebulosas y oscuras alcantarillas. Pero la muerte seguirá, así como las desapariciones de mujeres. Dos hitos marcarán este desenfreno: la muerte del investigador Douglas Carter (Eduardo Calvo) a manos de la momia, en su propia casa, junto al fuego, y el rapto de Ellen (Rinna Ottolina), en la misma casa. 
 


Aquí hay una salida que me pareció divertida (y cutre) que fue la manera en que Abigail decubre que el viejo investigador ha muerto y también su mayordomo. La cosa es que el cadáver del viejo se da la vuelta y queda con sus muertos ojos abiertos mirándola, ella grita y retrocede... y retrocede y grita... y mira a los ojos al difunto... y retrocede... y tropieza con el cadáver del otro hombre. Menos mal que su marido Nathan (Taylor) regresa pronto, aunque con malas noticias: Ellen no está en su cama.

A esta mujer ya no la vemos en sus cabales desde la activación de la momia. Y aunque haya sido advertida por la mujer de Assad, ella no deja de estar influida por Amenhotep, ni de desear su cercanía. Él ha visto en ella a la elegida. Un momento de clímax se prepara con el delirio de ella, en su habitación, repitiendo los nombres de Amenhotep y Amarna como un mantra, hasta la llegada del momificado redivivo y el necrófilo beso que se dan, escena alargada con un primer plano de sus rostros y labios, concretamente, acercándose. Desde ahí, Ellen cae en un sopor de trance del que no se despertará. A nivel actoral, hay que señalar que es la misma actriz, Rinna, quien encarna los dos papeles femeninos, Ellen y Amarna.


Amenhotep ya la tiene pero exigirá muertes y la fidelidad total de su pariente y siervo Assad, al que promete más de lo que pueda desear. Captura al matrimonio egiptólogo que, ahora sí, entra en la mansión por la zona de más abandono y telarañas. Empieza los conjuros que preparen la transmigración de su amada Amarna pero es atacado y comienza una pelea que le llevará a la muerte a él y a Assad. Muerte por fuego. Ellen, dormida y salvada in extremis, es llevada fuera.

Aquí se produce algo que me llama la atención. Con el ritual si terminar, con ella aún humana, con la momia muerta, no se recupera, no abre los ojos y le da al público un final feliz, como cuando un mordido por Drácula vuelve a ser humano porque el conde no le ha rematado pero al vampiro sí le matan. No, no hay final feliz con mujer humana. Es curioso, ella no se despierta del trance sino que su cuerpo se degrada, se seca y deshincha, como si ya fuese Amarna quien está allí presente. Y eso que antes avisaron que la posesión llegaría por su momificación. Pues no, Ellen muere como Amarna, acartonada por el paso instantáneo de los siglos en su rostro.


Un final trágico que se escacharra un tanto por culpa del jueguecito de dos policías de Scotland Yard que mueven sus linternas cara la cámara, quedando una especialmente apuntada cara nosotros. Luz que da paso al FIN pero que no se entiende y queda mal. Al menos, un segundo antes, Ellen-Amarna muere y un plano general muestra el abatimiento de los presentes y transmite desolación. Pero esas dos linternas policiales el movimiento la fastidia... o te hace sonreír, vamos, que fueron las dos impresiones que me quedaron.

Si quieres un último detalle que me llamó la atención fue la presencia del hermano de Tip en este largometraje. No lo situaba yo, y hasta lo confundí con el hermano al leer los apellidos, pero luego ya vi que era el mismo que trabajó en Verano Azul y Curro Jiménez, el actor, difunto ya, Fernando Sánchez Polack. Lo de que una de las productoras sea Loto Films y que en la peli sea la flor más citada y cultivada ya me parece algo de menor renombre.

Desentierra las ganas de leer que aquí vas a encontrar datos a tuti.

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